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miércoles, 9 de diciembre de 2020

Vivir lo suficiente

"De repente, una mañana, buscándose en el espejo para tejerse las trenzas, no se encontró. La luz de plata, ciega, nada le devolvía. Ni trazos, ni sombra, ni reflejos. Inútil pasar un lienzo por el espejo. Inútil pasar las manos por el rostro. Por más que sintiese la piel bajo los dedos, allí estaba ella como si no estuviese, presente el rostro, ausente lo que del rostro conocía.

-Imagen mía. -murmuró afligida,- ¿dónde estás?"


"En busca de un reflejo",  microrrelato de Marina Colasanti.



   Envejecer es inevitable si se vive lo suficiente, y convengamos en que son muchos los que no descansan lo suficiente para evitar lo inevitable y es más que suficiente lo que tenemos a disposición para llegar a envejecer. No se trata de algo que sobreviene de la noche a la mañana, no. El envejecimiento, aunque nos empeñemos en tratarlo como una anomalía o una patología que podemos y debemos prevenir y retrasar artificialmente, nos da signos de su llegada desde temprano, signos que nos empeñamos en ignorar u ocultar. Nos empeñamos en meterlo, fláccido y amorfo como es, en los pantalones de calce perfecto que nos negamos a soltar, lo estiramos a fuerza de rellenos de toxinas en el rostro o a pura costura con hilos invisibles o de oro que, literalmente, nos cuestan un ojo de la cara, o los dos, en algunos casos, lo apuntalamos en su fragilidad ósea con suplementos de calcio y polivitaminas y lo obligamos a seguir erecto y potente como a los veinte, con suerte, a fuerza de píldoras azules. Encuentro con el paso de los años que esta actitud es, quizá, aquello que como humanos nos hace más ridículos y patéticos por el mero hecho de disfrazarlo de un pasado idealizado por lo no-vivido, un pasado que pretendemos eternizar por atrevernos a juzgarlo breve, efímero, de puro inconformistas y ambiciosos que somos, por falta de sentido del "clímax" o bien por ausencia o carencia de un tipo de humildad que bien podría ser hija de la cruza entre la inteligencia vital y el poco común sentido común. Ambos están emparentados con la sabiduría ancestral acerca de los ciclos y la esencia de la vida, ambos resultan deseables por útiles para la vida misma, pero sucede que no se venden en ninguna farmacia ni figuran entre los miles de productos cosméticos que se ofrecen para hacer aquello que se nos vende como la felicidad: negar la realidad de quiénes somos, quienes debemos ser, y cambiarla por espejitos de colores.

Sería esperable ahora, luego de semejante introducción, pasar a enumerar toda una serie de ventajas o virtudes que nos alcanzan cuando la lozanía, la firmeza, el autodominio y la belleza, vamos, la juventud misma, ya dejan de hacerlo, pero no: no lo haré. Sería eso adoptar una actitud de vieja que no me permito. Diré sin más que este yeite de ir envejeciendo no me resulta tentador ni encantador, aunque me sigue tentando y encantando estar viva, y a estas alturas de mi vida, cuando ya doblé la curva de entrada, no creo que eso me suceda nada más por ser el único estado de conciencia que conozco. La vida me sigue enamorando cada mañana con su promesa de frescura, aunque sé que ya para el mediodía seguramente me sentiré defraudada por la promesa incumplida, así como agotada por la noche por haber trabajado tanto todo el día como si la marca térmica real no me afectara. Sé también que la vida es así y que está bien que así sea por alguna misteriosa razón que nos trasciende.

Les diré, en cambio, lo que sí me sucede con respecto a mi propio envejecimiento. Muchas veces me embarga una honda extrañeza, me sucede que me desconozco: es como si no me encontrara a mí misma en la imagen que me devuelven los espejos. Sólo puedo decir a mí favor que he dejado mi obsesión con el espejo y con mi propia imagen atrás, sencillamente los ignoro a ambos lo más que puedo, y noto sin sorpresa que mis hijos se han apoderado de esa manía mía de mirarme hasta en el reflejo de las vidrieras y las ventanas cercanas y la han refinado al punto de fotografiarse y filmarse en exceso, incluso a expensas de lo íntimo. Me atrevería a decir - justamente por vieja - que esto último es una observación de vieja,  y además que antes que las arrugas, las canas, la presbicia y la calvicie, es la falta de sorpresa ante los fenómenos del comportamiento humano, tales como los que observo directamente en la generación de mis hijos, un signo inequívoco de envejecimiento, el más horrible de todos en mí opinión, hasta estéticamente hablando, y aquello para lo cual no se venden cosméticos ni remedios. Una lástima...

Y les diré también que encuentro mucho que agradecer al hecho de ver y de sentir que estoy envejeciendo, por más que no me agrade lo que me devuelve el espejo. Le agradezco sobre todo los atrevimientos: ¡me atrevo ahora a tanto más que nunca antes jamás! Le agradezco también que me pesen mucho menos aquellos que solía ver como "mis defectos a mejorar" y que me brinde el pleno convencimiento de que no tengo que hacer mucho o casi nada por cambiar, sino más bien dedicarle todo el tiempo que me dé y las energías que me permita la vida al hecho de atreverme a disfrutar. 



“Yo fui una niña mujer
y ahora soy una mujer niña.
Cuando debía jugar a las muñecas
ya sostenía niños de verdad en brazos
y me perdí el asombro de descubrir
que la vida es un infinito modo de caminar.
Ahora que debería sentir los brazos
cansados,
como me nacieron alas,
ando volando por encima del mundo que
me fue negado
y desde el aire puedo ver los atajos
que, ahora sé, llevan al mismo lugar.

A los cincuenta me nacieron alas.
Dejaron de pesarme los senos
y los pensamientos que cargaba desde niña.
A las alas les enseñé a volar
desde mi mente que había volado siempre,
y comprobé desde el aire
que mientras yo anduve dormida tantos años
alguien trabajaba afanosamente
recogiendo plumas para hacer esas alas.
Tuve suerte de que cuando estuvieron hechas
me encontraron despierta en el reparto.

Podría haberme emborrachado
de ansiolíticos potentes
o de vodka barato.
Podría haberme enganchado
a la coca, a las telenovelas
o al chocolate.
Podría haberme hecho adicta
a tus ausencias
a tu malquerer, a tu dolor,
a tu lista de contraindicaciones,
pero preferí averiguar
qué eran los dos bultos
que me nacían en la espalda
y echarme a volar.”

Begoña Abad, una poeta cuyos versos me enamoran como la vida misma en su promesa de cada mañana, dice que a los cincuenta le nacieron alas, que dejaron de pesarle los senos y los pensamientos que cargaba desde niña. Me encanta esa idea poética que resume tan fielmente mi propia vivencia de los cincuenta que se acercan, que hacen que todo lo que me cuelga no me resulte pesado, sino que me dé mayor libertad de movimiento y hasta una fuerte sensación de ser capaz de volar sin tener la necesidad histórica y auto impuesta de despegar del suelo. Supongo que lo que más es de agradecer a la vejez es el venir a liberarnos del peso de esos pensamientos y condicionamientos que cargamos sin cuestionar desde hace tanto tiempo.

Ahora que estoy de vacaciones de mi tarea anual, me he pasado unas tardes de calor buscando citas y pensamientos de mujeres viejas: me interesa encontrar afinidad con mi percepción del paso del tiempo en las letras de mujeres a quienes asumo inteligentes vitalmente hablando. Fue así que me encontré con los textos de Marina Colasanti, una escritora, traductora y periodista ítalo-brasileña, cosas estas, entre un par más de oficios, que me atrevo a confesar me habría gustado ser a mí misma, aunque no se ha dado. 

Creo que si hay un convencimiento que trae la vejez bien habida es el de haber hecho con la propia vida lo mejor que fuimos capaces de hacer, y el dejar de castigarnos y lamentarnos por no haber logrado ser quien alguna vez, desde la arrogancia y la temeridad de la juventud, se nos ocurrió soñar con que podríamos ser, en detrimento de quien en verdad somos. Hoy celebro quien soy, disfruto al atreverme a ejercer de mí misma, admiro este logro vital y admiro también a quienes iluminan mi vida desde la lucidez de sus propios logros: creo que de eso irá esto de escribir de aquí en más, sin más. Y creo que de eso va envejecer así como la vida misma.





"Mi cuello se arruga, imagino que será de mover la cabeza para observar la vida. Y se arrugan las manos cansadas de sus gestos. Y los párpados apretados al sol. Sólo de la boca no sé cuál es el sentido de las arrugas, si de tantas sonrisas o de apretar los dientes sobre calladas cosas."








"Y allí, reclinado sobre la vida, descubrió aquello que nunca sospecharía. No era él, con sus pasos, que ordenaba todo, que comandaba el salto del grillo, el viento en la espiga, las aspas del molino. Sino que eran ellos, grillo y espiga, cada uno de ellos que, con sus pequeños movimientos, hacían los pasos del tiempo."



Marina Colasanti (Asmara, antigua colonia italiana de Eritrea, 26 de septiembre de 1937) es una escritora, traductora y periodista ítalo-brasileña. Su familia emigró de Italia a Brasil al estallar la segunda guerra mundial, allí estudió Bellas Artes y trabajó como periodista y traductora. Ha sido distinguida por su obra Uma idéia toda azul, 1978, O Melhor para o Jovem, de la Fundação Nacional do Livro Infantil e Juvenil y por Passageira em trânsito, 2010, Premio Jabuti, en la categoría Poesía y el XIII Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y juvenil, en el marco de la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, que se reliza del 25 de noviembre al 3 de diciembre del 2017



A boca de jarro

viernes, 30 de diciembre de 2016

Reflexión Etílica de Fin de Año: Parte II



    Habíamos quedado en los preliminares de los platos principales de la comida de Fin de Año. Si recuerdan, habíamos servido un par de tragos, mayormente frutales y dulces, para ir limando las asperezas esperables en los primeros momentos de reunión. Asumiendo que, como expertos anfitriones, hemos logrado pilotearla sin excesiva turbulencia a través de las entradas, prosigamos con el plan de desarme etílico de posibles peloteras.



A estas alturas, y con un poco de viento a favor, habremos sorteado ya varios principios de incendio en nuestra mesa y estaremos sirviendo el plato principal: un momento ideal. Es entonces cuando los comensales se llenan la boca de comida, la conversación se limita a preguntas desconcertantes acerca de qué es esto o aquello otro lo cual nos irrita de por sí por parecernos más que obvio: es comida—, pero cuya presencia en el menú, cuidadosamente sopesado colectivamente de antemano, o cuyo modo de preparación propio, siempre puede ser objetado con muy mal gusto. Asimismo, la urticaria puede llegar a partir de antipáticos pedidos de saleros y pimenteros que refuercen el sabor donde se siente que no ha sido suficiente, o bien de comentarios del estilo: "Esto es mejor comerlo caliente...", en un día de 34° de calor promedio y corte de luz en Buenos Aires, por ejemplo. 



Suele ser este el momento en el que el diálogo más fuerte se mantiene entre los niños y jóvenes presentes. Para mantener y fortalecer el espíritu de boca cerrada que reina a la mesa, me auxilia el vino,  prodigio de mi tierra. Eso sí, les advierto: tengan a mano una variedad de vinos tranquilos para regar el plato principal. Tomen en cuenta que los caballeros tenderán a optar por los tintos, ligeramente abocados o de reserva, mientras que las damas se inclinarán por los blancos y rosados sin más, a no ser que tengan una cuñada que se las tira de distinguida, aunque es beoda a secas, y que, encima, jamás pone su casa para fiestas, una cuñada como la mía, bah, que, vez pasada, se ofendió porque no le dispensé una botella de Rutini de cosecha y de casi una luca que me habían obsequiado, y que obviamente me excusé de estar salvando para Pascua. ¡Ni mamada la convido con Rutini a mi cuñada!



Si el generoso despliegue etílico ha surtido el efecto deseado hasta el momento, los invitados se verán en la imperiosa necesidad de abandonar la mesa por un rato a medida que el brindis de las doce se hace inminente. Este puede ser un buen momento para distenderse, poner algo de música, encender algunas velas y, por qué no, servir algo así como una caipirinha, un trago esencialmente brasileño que jamás defrauda. Yo prefiero su versión más conocida como caipiroska, simplemente por el poder vigorizante  e infalible del buen vodka.

*Caipiroska


Ingredientes:

*4 partes de vodka de buena calidad
*1 limón Tahití
*2 cucharadas de postre de azúcar
*Hielo picado



Procedimiento:


*Cortar el limón al medio y luego cortar las dos mitades nuevamente al medio. Realizar un corte en V , retirar y desechar la parte central de los trozos de limón, ya que le dan un sabor un poco amargo al trago.

*Mezclar el limón con el azúcar en un recipiente de boca ancha o en un mortero. Aplastar y amasar el limón con el azúcar y mezclar con el vodka. Puede batirse la mezcla resultante en coctelera si se prefiere, al ritmo de samba.

*Trasvasar a un vaso de boca ancha y agregar el hielo y un sorbete.


*Se puede saborizar el trago agregando azúcar al borde del vaso y decorarlo con una rodaja entera de de limón. Yo con mi familia ya ni me gasto...




Con la energía que el vodka insufla a nuestro torrente sanguíneo ciertamente bien regado hasta el momento, nos podemos relajar por otro rato, aunque nunca falta el abuelo o el tío ansioso y/o prostático que comienza a mirar el reloj y nos hace el favor de la cuenta regresiva a viva voz. Para el brindis de las doce, no suelo complicarme demasiado: vinos espumantes son la opción más propicia para recibir el año entrante. No obstante, como ya les había advertido en un principio, mi familia es muy propensa al debate, y llegada la hora de alzar las copas, habrá que cerciorarse de quiénes son los que se inclinan por el champagne brut o extra brut so pena de ser burlados por agregarle azúcar a la copa, quiénes por los espumantes dulces del estilo de Freixenet, Novecento, Deseado, Santa Julia, Emilio de Nieto Senetiner o un Norton de cosecha especial, o bien por la simple y siempre leal sidra Real, Rama Caída o El gaitero, famosa en el mundo entero.

Este suele ser el punto más álgido del encuentro para quien escribe, debo confesar. En el preciso momento en que me dicen: "Che, servite un champán, como los franchutes, que es digestivo y no tenemos que manejar..." se me vienen los recuerdos de Don José, mi buen abuelo asturiano, y de cómo se quedaba dormido esperando que le trajeran a la mesa algo para masticar que no fuera ruso como la ensalada, o tano, como el Vitel, o yanqui como el insípido pavo. Es que el asturiano era muy nacionalista de su Asturias natal, aún habiendo pasado más de media vida en la Argentina. Así es que en mi mesa de fiesta jamás falta la sidrina asturiana, la buena, rica y entrañable sidra de mi abuelo asturiano.


Ante la disyuntiva entre sidra y champagne, no puedo obviar otra seria advertencia. Es sabido que la hora del brindis es la nota más alta de la noche. Algunos piden sus deseos, otros se limitan a observar los fuegos de artificio que comienzan a volar por sobre los techos a través de las ventanas, y a algunas personas sensibles les da por llorar, cayendo patéticamente en lo que en mi familia hemos dado en llamar "el pedo triste". Este es el caso de mi tía, por ejemplo. Es conveniente que con este tipo de personas  de lágrima fácil y llanto profuso a moco partido, se ahorre al máximo en graduación alcohólica, ya que una copa de champagne puede causar estragos y aguarnos la fiesta, literalmente. Prefiera, por tanto, la sidra al champagne, por su menor graduación alcohólica.





"Año nuevo, vida nueva" siempre decimos, ¿verdad? Pues porque va llegando el momento en que por fin todos hagan "taza, taza: cada cual para su casa", mi momento favorito y más preciado. Como algunos son reacios a despedirse, aunque lo más probable es que nos volvamos a encontrar en unas horas, por ser primero de año, claro, para esta hora siempre tengo reservada en la heladera una jarra de jugo de naranjas frescas exprimido y me guardo algo del buen vodka con el que preparé las caipiroskas. 



El destornillador es un trago que resulta mortífero pero efectivo en despegar hasta al más guapo de la silla y mandarlo  haciendo eses a su cama. Es imprescindible no cometer el error en el que alguna vez yo misma he incurrido de utilizar cualquier jugo de naranjas envasado o inclusive un refresco de sabor naranja, ya que los efectos del vodka se potencian, y no hay quien te salve de la curda que te agarra: cuiden mucho las medidas y cerciórese de que ningún sobrino se termine el jugo natural de naranjas reservado en la nevera.



*Destornillador

Ingredientes:

* Tres partes de vodka y siete de zumo de naranja
* Hielo en cubitos.
* Opcional a esta hora: Una rodajas de naranja para decorar la copa.

Preparación: 


*Para preparar un buen Destornillador simplemente se deben colocar dos cubos de hielo en un vaso de trago largo y agregar allí las tres partes de vodka y las siete de zumo de naranjas. 

*No es un detalle menor emplear vodka de buena calidad, sino fundamental: un vodka mediocre es indisimulable y arruina el trago. 








Ahora sí, si el efecto de este cóctel no se hace sentir de inmediato, una ronda de café bien cargadito y algo dulce tiene que poder mandar a todos ...a su casa.





 ¡¡¡Feliz 2017 y gracias por la lectura!!!


A boca de jarro

lunes, 26 de diciembre de 2016

Reflexión Etílica de Fin de Año: Parte I

 


    Yo no sé cómo será la historia en sus casas, pero en la mía, sobre todo cuando era chica, las fiestas de Fin de Año no pasaban inadvertidas: dejaban una resaca de peloteras familiares importante. Los recuerdos de los sentimientos que aquellas peloteras despertaban en mí, siendo apenas una niña, han sido tema de varias sesiones de terapia, con escasos resultados prácticos y un alto impacto en mi bolsillo. No es mi intención ponerme aquí, justo en este momento del año, a interpretar psicoanalíticamente los males que aquejan a mi familia, porque además de que no sé un pito del tema, francamente ya casi que me importa un pito: mi familia es así, y sé que no va a cambiar, aunque durante largo tiempo me sentí con el deber y la capacidad de hacerla cambiar. Es más, es probable que el paso del tiempo agudice nuestros rasgos antes de suavizarlos. Con el correr de los años, he pergeñado toda una estrategia para evitar las peloteras en mi mesa de festejos, y he descubierto alegremente que el alcohol ayuda mucho en mis intervenciones en este aspecto. Por lo tanto, esta reflexión de Nochevieja viene de ejemplos y de recetas, vamos, viene de tragos.




Es una verdad universal que las Fiestas y las fechas especiales nos movilizan de maneras de las que ni siquiera somos conscientes. A este fenómeno debemos sumar la presión que se ejerce desde el afuera para que nos sintamos festivos y expansivos por calendario, reuniéndonos a comer y a beber como si fuésemos a marchar para la guerra, sin olvidarnos de hacernos los mejores regalos. En mi familia, como en muchas otras asumo solemos reunirnos y visitarnos con cierta asiduidad, pero se siente en estos tiempos el imperativo de que lo mismo que nos reúne incontadas veces a lo largo del año sea diferente y especial. Es eso, en mi entender, lo que genera expectativas que nos condicionan a jugar un papel altisonante en la reunión, sea contando amenas anécdotasque para nadie resultan novedosas, comentando ciertos acontecimientos de orden público o carácter privado de modo singular, cocinando un platillo extraordinario o complaciendo el pedido general de preparar ese postre que nos identifica como grupo familiar. Hamlet lo resumiría en una línea: "Asume una virtud si no la tienes."





En este afán por lucir más chispeantes y descollantes, más "nosotros mismos" que lo habitual, es donde hacemos cortocircuito con los demás, creo entender; es en ese escenario donde nuestro personaje pretende desplegar lo mejor de sí mismo en el que se filtra lo malo conocido para empañar el protagonismo que buscábamos tomar en el festejo, traído habitualmente por otro personaje - alguien con buena memoria del libreto -, quien nos recuerda en off de todas las escenas vitales en las que no actuamos a la altura de lo esperado. Se desata, al fin, una lucha de egos, que se debe resolver para lograr proseguir con la obra hasta que caiga el telón. Para aliviar, entonces, esos roces entre actores en escena, y aún en ayunas, apelo al poder del alcohol por vez primera en forma de sangría, por aquello de que la sangre siempre tira.


*Sangría al mejor estilo español

La sangría debe ser preparada con vino joven y fresco, y tiene por gracia la antelación y el reposo que requiere su apropiada preparación: se deberá echar mano a toda fruta jugosa de estación, pelarla, si así se prefiere, y cortarla pacientemente en cubitos, para luego dejarla macerar en el vino, el cual adquirirá de esta manera los sabores y matices de los elementos frutales. Se le pueden inclusive adicionar medio litro de zumo de naranja y el zumo de un limónSu dulzura, bien dosificada, hará milagros: limará las asperezas del comienzo de función, borrará el temor al ridículo y el pánico escénico y entonará a los actores para que todo les importe un poco menos.




Otra verdad de lesa humanidad con respecto a las reuniones navideñas es que cuando los vivos se juntan, siempre conjuran a los muertos, y el efecto de invocarlos puede resultar explosivo. La Navidad es la fiesta del nacimiento por paronomasia. Sin embargo, son los muertos quienes vienen a habitarla con mayor comodidad. Es casi inevitable recordar a los que se han ido, los lugares que ocupaban a la mesa, las comidas que favorecían o las que aborrecían, y otro número de características que los suelen evocar de manera ligera aunque no siempre favorable. Como siempre, no falta el vivo de buena memoria, listo para poner al muerto en su lugar, lo cual suele causarle un soponcio, un desvanecimiento, una flojera o un histeriqueo a quien se siente tocado por la poco sacro santa y cruel verdad. Es entonces cuando se arman los líos, ya que algunos, simplemente para des-dramatizar y pasar a las entradas, osamos asumir el rol de críticos o de jueces de una vida que la muerte se ha encargado de elevar a un pedestal. Este es el preciso momento en el que hago uso y abuso de una receta que heredé de mis ancestros portugueses adquiridos por vía política: Cóctel de Porto. Estos portugueses, a quienes nunca he conocido y por tanto, nunca he juzgado, ni bien ni mal, escaparon de su tierra por hambre, igual que mis ancestros asturianos y gallegos, y me han hecho el regalo más nutricio que jamás he recibido. Aquí les facilito la receta:

*Cóctel de Porto

*1 copita de vino Oporto
*2 cdas. de coñac
*2 cdas. de cointreau
*Unas gotas lima
*Hielo picado


Preparación:


*Poner todos los ingredientes en una coctelera.

*Mezclar bien, colar y servir de inmediato la bebida.


*Si se prefiere se le puede poner algún endulzante, pero yo ni me molestaría: el oporto es uno de los licorosos con mayor cantidad de calorías, aunque no hay con qué darle por el lado del sabor.

Efectos esperables en dosis razonables:

*Alegría cuasi navideña, risas y buenos recuerdos, hasta de los muertos...




***Un aside sobre el menú: 


Es posible que en este momento de la noche nos asalten serias dudas como anfitriones acerca del éxito del menú, ya que algún familiar podría llegar a hacernos notar que es un tanto inadecuado para su gusto, aunque lo más probable es que hayamos incluido en él esos platos típicos que conforman el repertorio de las Fiestas en nuestra tierra y que inexplicablemente comemos una sola vez al año. Observaciones gastronómicas triviales acerca de nuestras elecciones de comidas podrían llevar fácilmente a una pelotera. Paso a ilustrar: en toda mesa argentina que se precie, debe haber Vitel Toné para estas Fiestas, simplemente porque así lo dictaminan las madres y las suegras. Se trata de un plato de tradición italiana, y su nombre viene de la frase “vittello tonnato”, o “ternera atunada”. El Vitel Toné lleva una salsa con una combinación de atún, yema de huevo, anchoas, alcaparras y mayonesa. De nada sirve razonar con respecto a la escasa practicidad de incluirlo como opción en el menú familiar, debido a factores múltiples que no está mal tomar en cuenta: la posibilidad de cortes de luz en esta época, que afectarían la frescura de los ingredientes, el alto costo del peceto y la alcaparra en estas fechas de enorme demanda, lo poco que este platillo les gustará a los niños y los jóvenes presentes, debido a sus notas ácidas, o simplemente el hecho de que tal vez nuestra familia no tenga nada de italiana... Asumamos que, en afán de complacer, nos hemos esmerado y lo hemos preparado. En el preciso instante en que Usted sirve el Vitel, y su suegro le retruque: "Para mí no hay nada como un buen asado", o que su padre sentencie que los sándwiches especiales de Vitel Toné que su marido laboriosamente ha preparado no califican como "comida", le recomiendo que refuerce su autoestima y su ansia de aceptación con este trago solitario:




*Shot de tequila en solitario:

*Lama la piel entre su dedo índice y su pulgar en la parte reversa de su mano al mejor estilo Pancho Villa.

*Póngase un poco de sal en el área. La saliva y los nervios del crítico momento ayudarán a que se pegue.

*Sostenga una rodaja de limón entre su pulgar y su dedo índice, los de la mano donde ha quedado la sal.

*Exhale profundo, lama la sal,  muerda el limón y tómese el shot de buen tequila de un solo trago, inclinando la cabeza hacia atrás. Luego diríjase hacia la mesa con los platos que había preparado y comprobará que los comentarios sobre el menú ya no le afectarán en lo más mínimo.


Hasta aquí, los preliminares de la comida de Nochevieja propiamente dicha. 







Continuará...


A boca de jarro

martes, 10 de noviembre de 2015

Baños de diseño



En mi próxima vida, no quiero pensar. ¡Quiero diseñar! Ya lo decía Steve Jobs, que de esto sabía algo: "Estamos aquí para dar un mordisco al Universo, sino ¿para qué otra cosa podemos estar aquí?" Eso es. En mi próxima vida, quiero pegarle, no un mordisco, un tremendo tarascón al Universo. Definitivamente, en mi próxima vida voy a tener un baño de diseño, por lo menos para no mear fuera del tarro a la hora de contestar las preguntas de mi hija adolescente.





Es que el otro día me sorprendió con una pregunta tan posmoderna que me hizo caer en este anacronismo de pensar. Asaltada por esa inquietud de vanguardia que la caracteriza siempre que damos una de nuestras vueltas al perro, a la antigua, me preguntaba cómo eran los baños de mi escuela. Mi respuesta, ahora que me doy cuenta, fue paupérrima, muy siglo XX:

-Los baños de mi escuela eran baños. Tenían una puerta, inodoros pequeños en la primaria, más grandes en secundaria, ventanitas altas, como respiraderos, una pileta para lavarse las manos y un espejo todo salpicado.

Debo confesar que su tren de pensamiento me apabulló una vez que lo pillé. Para la generación de mi hija, un baño no es simplemente un baño: un baño es un objeto de diseño. Mi hija nació en una casa con más de un baño, por lo tanto, ha tenido la chance desde muy chica de compararlos. No se trata ya de un único espacio compartido por el grupo familiar ni de ese sagrado lugar al que acude tanta gente... A Dios gracias, mi hija ignora también la cruda realidad de tantos millones de seres humanos que aún hoy, en la era del diseño, no cuentan ni con baño ni con casa. Para los adolescentes de su generación y de su condición social, la cruda realidad pasa por el sushi. Y los baños son poco menos que sitios turísticos, aptos para dar rienda suelta a la creatividad y al buen gusto, y así dejar en ellos mucho más que aquello que dejan los valientes. Son sitios donde se debe dejar una huella personal, pero a la luz de las velas aromáticas, con aceites esenciales, sales de baño y en una lengua foránea.






Inevitablemente, mi respuesta iba a frustrarla y hacer que se encendiera como una lámpara de diseño.

-El diseño es el pensamiento hecho visión, Má.

- ¿Y se puede saber de dónde sacaste eso vos, che?

-¡Ay, Má, por favor! Eso lo sabe cualquiera. Lo postearon en Instagram el otro día.




Eso lo sabe cualquiera... Tristemente cierto. Las frases de diseño arrasan en las redes un día cualquiera. Hoy hay pensamientos, citas, libros, tipografía y autores de diseño. Hay sillones, mesas, camas, blanquería, accesorios decorativos, vajilla, cocina y hasta mates de diseño. Con decirte que este pasado Día de la Madre no tenía ni puta idea de qué regalarle a la vieja - que afortunadamente, aun siendo jubilada argentina, no necesita nada -  y entré como por un tubo: ¡un mate de diseño!




Hay celulares, ordenadores, tarjetas, comidas, parejas y cuerpos de diseño. Así como la liquidez inundó la solidez de los vínculos en nuestra era - generando relaciones en las que los individuos se consumen uno a otro sin llegar a fusionarse, diluyéndose en su esencia amorosa so pretexto de escaparle al compromiso y al vínculo maduro, profundo y responsable - de la misma manera se está abriendo paso a una corriente en la que sólo flota la imagen. Y la imagen se crea, ya no para satisfacer una necesidad humana, sino para crear la necesidad. ¿Se entiende o es muy de diseño? Es que en mi época, digámoslo, lo que flotaba era otra cosa. Ahora nos parece que el mate qualunque ya no sirve para tomarse unos buenos verdes. Hace falta tener un mate de diseño. Y el baño ya no es solamente un baño, es "el cuarto de baño"- ojo al piojo - y ya no nos basta para hacer nuestras necesidades, ni siquiera en el colegio, hija mía. Es preciso contar con un receptáculo agradable que observe la armonía cromática incurriendo en la iconolingüística y - de ser posible - que respete también las leyes del feng shui para lavarse los dientes y darse una duchita rapidita antes de irnos a dormir. Así seguro que no era el baño de mi escuela, qué esperanza. Eso sí: que al baño lo siga limpiando Magoya o, en su defecto, Má.






A boca de jarro

miércoles, 28 de octubre de 2015

Un cuento

Con Marita Rodríguez-Cazaux y Ricardo Tejerina en Editorial Dunken


"La verdad se vive, no se enseña."

                                  Hermann Hesse

Me habían venido ya con el cuento de esta convocatoria a autores ignotos - que les llaman "inéditos" - por parte de esta editorial dedicada fundamentalmente a aquellos que se embarcan en la auto-publicación, es decir, a pagar de su bolsillo para alcanzar el sueño de tener el libro propio. Llegó la publicidad de su clínica literaria para aprender técnicas para escribir cuentos a mi correo y, dejando mi escepticismo de lado, me inscribí, pagué y fui, aunque en ningún momento dejé de pensar que nadie, jamás, podrá enseñarme a escribir. ¡Ese sí que es un buen cuento! Tal como imaginaba, me encontré con un salón abarrotado de personas diversas, cada una impulsada por su propio cuento, y muchos cuyos egos no cabían en la silla y que sacaban a relucir sus insignias de consagrados - habiendo sido premiados, mencionados, publicados y muchos ados des-hadados que terminaron en un tole tole vía mail que ni te cuento, criticándose unos a otros por haber escrito tal o cual cuento, arremetiendo contra los coordinadores, o protestando porque nos cambiaban la fecha del segundo encuentro o porque faltó mate o café en el primero, buscándole el pelo al huevo, como solemos hacer los adultos cuando nos proponemos llamar la atención de alguna forma que no sea la que legitima nuestro propio cuento. 

Los coordinadores cumplieron con su parte, haciendo valiosas aportaciones en términos de ejemplos literarios a tomar en cuenta a la hora de escribir un buen cuento: Silvina Ocampo, Leopoldo Lugones, Eduardo Holmberg, Horacio Quiroga, Saki. Solo que se fueron de cuento al incluir sus propios cuentos como ejemplo. Es que la autorreferencia resulta desafortunada en la docencia, ya que suele suscitar una buena dosis de ironía por parte de los infaltables desubicados que buscan desesperadamente que sus cuentos se destaquen, no a cuenta de sus propios méritos, sino por la sensación que causan a través del viejo cuento de la agresión. La editorial es astuta comercialmente, ya que te tienta con el cuento de que cada participante va a escribir un cuento aplicando las técnicas aprendidas en el curso, y entonces ese cuento será publicado en una antología colectiva de cuentos como producto de los encuentros. No hay cuento mejor para quien adora escribir que el prospecto de ver sus letras por fin en un libro de cuentos y su nombre publicado, sea de quien viene con experiencia, o sea de una bloguera - como quien escribe este cuento - o de un arquitecto que escribe cuentos verdes en sus ratos libres, y juro que esos somos muchos, tal vez demasiados.

Es así como tantos pican - y en este cuento no me incluyo - y se creen el cuento chino de que habrá peces gordos supervisando los trabajos y buscando entre los cuentistas al nuevo Borges. Con ese cuento en mente son capaces de matar hasta a su madre si les parece que alguien les puede venir a hacer las sombras del tristemente célebre Grey sobre su propio cuento. Fue una tristeza, aunque no una gran sorpresa, descubrir en este mundillo de los cuentos también tanta vanidad en la hoguera, tanta competitividad al pedo, tanto recelo, tanto morbo, tantas ganas de descalificar el cuento de los demás, en lugar de observar y observarse en el propio, intentando simplemente aprender y mejorar, o, por qué no, gozar - ese verbo del cuento de la vida que tenemos tan olvidado cuando de escribir nuestro cuento se trata, y que tanto sabor le da a todo lo que hacemos en este "cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia", que es tan ruidoso y tan furioso como nosotros lo escribimos. Porque, a fin de cuentas y de cuento, el mundo es el cuento que nosotros escribimos con la pluma de nuestra actitud frente a aquello que somos y que hacemos, seamos escritores, médicos, profesores o vendedores de pan.

Si hay algo que ya he aprendido a cuento de todo esto es a no juzgar los cuentos de los sueños propios ni ajenos. Ya lo decía Calderón, que siempre viene a cuento: "los sueños, sueños son", y si alcanzan para hacer latir a un corazón, valen. Vale soñar con el cuento de ser escritor, pero preparate para el baile que se te viene a cuento. Acá hay una bazofia televisiva que se llama "Bailando por un sueño", y cuando una se embarca en estos cuentos se siente un poco inmersa en eso, pero convengamos que hay bailarines y bailaores, hay formas y formas de bailar y de contar el cuento...

Emergí del salón de la editorial donde estábamos todos ya medio apretados - siendo que los escritores somos bichos más bien solitarios y poco gregarios - respiré hondo y me fui a deambular un rato por calle Corrientes con un ejemplar del libro de cuentos "La Deuda" bajo mi brazo, donde ver mi nombre y mi cuento impresos me sacudió. Mi relato - que no es cuento, según me aclararon los señores coordinadores - se encuentra en la página 89, cosa que a mí no me cuenta nada, pero muchos colegas le habían asignado cierta significación a ese cuento de los números, y se encuentra publicado justo entre un cuento titulado "Cruce de caminos..." y otro bajo el lema "La visión correcta (Machu Picchu)". Y te cuento que es ahí donde me doy cuenta de dónde vengo a estar situada en el camino del cuento de la vida: entre un cruce de caminos y el Machu Picchu, kilómetros de cuento más o menos. Enfilé derechito para una librería donde siempre me paro a mirar la vidriera y a oler ese aroma que despierta tantos cuentos fantásticos en mí, y no pude evitar pelar lápiz y papel para reunir los siguientes ingredientes para este cuento que te estoy contando y que de cuento no tiene nada: 




Arriba de todo

* "Los 15 escalones del liderazgo, Mis valores en el fútbol y en la vida", Javier Mascherano y (chiquitito) Nicolás Miguelez ($199)

* "Cerati, La biografía", Juan Morris ($299)

* "878 Cócteles, Recetas e historias del bar de Buenos Aires", Flor Capella y Julián Díaz ($244)



En los estantes centrales

* Florencia Bonelli, "La tierra sin mal" ($379!!!) 


(La Bonelli merece post aparte...)

* E.L. James, "50 sombras de Grey contada por Christian" ($329!!!)


(Contada por Christian???!!!)



 Abajo y en lo oscuro...

* "Los diarios de Kafka" ($185)
* Roberto Arlt, "Cuentos Completos" ($140)
* Harper Lee, "Matar un ruiseñor" ($79)



Y este cuento termina acá, como era de esperar, sin ningún gran remate ni vuelta de tuerca. Me volví a casa, rascándome la cabeza, con el cuento de los cuentos bajo el brazo y con muchas ganas de leer a todos los libros del oscuro y devaluado estante de abajo, con quienes, seguro, estoy en deuda.








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