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lunes, 29 de agosto de 2011

Sensaciones...

Mural Raúl Soldi - Fundación Dr. René Favaloro.
                                             
  Después de varios días de estar internados en un hospital, en una clínica, aunque a mí me gusta la palabra "hospital", estando "in"(:adentro)-ternándonos" (significación etimológica propia, no me da para el diccionario...), para cuidar al paciente que se "im-pacienta", tengo varias sensaciones...
  Los hospitales son escuelas de vida. Cuando tenemos la dicha de no necesitarlos, pasamos por la puerta y no nos damos permiso de pensar en las almas que están allí. Hay muchas almas allí, y el estar allí nos hace más alma y menos cuerpo, aunque la medicina se empeñe en mirar y atender sólo los síntomas que el cuerpo expresa desde el alma que enfermó. Hay almas que están allí sanando, manos que limpian, sostienen, alimentan, intervienen, se involucran e intentan curar. Si estos gestos no se hacen desde el alma, no sirven para sanar. Hay almas enfermas que se fortalecen en el contacto con su dolencia, perciben su malestar porque el cuerpo se los ha manifestado, a veces silenciosamente, otras, a gritos. Hay almas que esperan.

  Estos días también me dediqué a leer y descubrir nuevos blogs para distraerme un poco de la realidad agobiante del encierro entre paredes sin ventanas, todo el día bajo la luz eléctrica, sin contacto con el sol haciendo su recorrido por el cielo y marcando el natural devenir del día y el paso a la noche, en una temperatura artificial que te desconecta de la realidad del afuera. Uno se desorienta, se embota. Y extraña desesperadamente la rutina de limpiar, ir a trabajar, cocinar, que a veces pesa. Así de complejos somos...

  En los blogs que descubrí me encontré como con un pool de blogueros que llevan adelante la autoría de hermosos blogs, algunos premiados, adhiriendo al parto humanizado y en casa, la crianza natural, con apego y respeto, el amamantamiento y lo que llaman "lactivismo", mucho upa y la idea de "mamá canguro" (fomentando el uso del portabebés en lugar del cochecito), el colecho (compartir la cama con los niños pequeños en lugar de condenarlos a dormir solos en una cuna, lejos del calor del cuerpo materno), el "no intrusismo en la crianza", .... cosas que ya había leído e incluso puesto en práctica de cierta forma, de la forma que pude, pero veo que han avanzado, y que son muchas ahora las mujeres, e incluso sus parejas hombres y padres, todos unidos en este activismo. Algunos ejemplos son:

http://albordedelostreinta.blogspot.com
(Este no es nuevo para mí... y me abrió la puerta.)
http://sosmicorazonfuerademicuerpo.blogspot.com
http://criandoconamor.blogspot.com
http://www.amormaternal.com

  Yo ya estoy bastante más allá en la crianza. Estos días se me hizo más que claro. Materné a mis mayores, y necesité del contacto con mis hijos para que me hicieran ellos un poco de madre a mí, sin dejar de ser mamá para ellos: parece un rollo, y tal vez lo sea... es una sensación.
Gustav Klimt "La muerte y la vida"
  Los activistas de la crianza natural también plantean la necesidad de humanizar los partos, de no infantilizar a la mujer embarazada, parturienta y puérpera, en el no intervenir y dejar que algo tan natural como parir se haga naturalmente. En este sentido, Laura Gutman, autora a quien todos estos activistas siguen y yo misma he leído y citado infinidad de veces, o el pediatra Carlos González, autor de "Bésame mucho", que hasta se puede leer gratis online, son los portavoces más relevantes de este movimiento que en definitiva reclama amorosamente una vuelta a lo natural, a lo simple, a la humanización de lo humano: ni más, ni menos.


 Yo no me siento de vuelta de todas estas cuestiones, pero sí es verdad que ya estoy en otra etapa a la que ellos finalmente llegarán, y se enfrentarán con otros temas, quizás más similares a los míos. Tal vez podríamos formar un pool de blogs humanistas, que ahonden en las cuestiones vitales pertinentes a todas las etapas de la vida en medio de la despersonalización y la tecnificación del posmodernismo, del que somos un poco víctimas y otro poco responsables. Es otra sensación.

  Laura Gutman habló por radio hace unos días y su audio denunciaba los maltratos a los que las madres se exponen durante el parto en los hospitales, la práctica indiscriminada de cesáreas y demás yerbas. Yo, por estos días, vi también mucha deshumanización en el tratamiento de todas las cuestiones médicas que abarcan el espectro entero de la vida humana. Hay también una gran medida de súper-tecnificación e hiper-especialización, y pocos toman en cuenta al ser humano como unidad, y mucho menos, al ser espiritual, a todo el entramado emocional que se pone en juego estando uno en un hospital. Vi médicos y enfermeros que trabajan horas interminables toreando a la muerte, dando lo mejor de su humanidad y su idoneidad, seres que también pueden errar, o pueden hacer cosas por temor a que las cosas salgan mal: los médicos hoy por hoy tienen mucho miedo de equivocarse, porque saben que se juegan su carrera ante el error.  Hay abogados dando vueltas por los pasillos y las salas de espera, esperando cazar juicios por mala praxis, costumbre que está a la orden del día. No he visto psicólogos, counselors,  o curas conteniendo a los pacientes o a sus familiares, y sí he visto y me he cargado de toda la angustia y el estrés que conlleva estar  hospitalizado, más allá de la tecnología de punta puesta al servicio de la salud, de la buena hotelería y el plasma en las habitaciones. En el piso de arriba, estaba la unidad coronaria pediátrica, y recordé y deseé que hubiera un Patch Adams dando vueltas por ahí: para chicos y grandes.

Patch Adams
  Se me vino a la cabeza esa maravillosa historia escrita por el genial F. Scott Fitzgerald, autor de "El Gran Gatsby" ("The Great Gatsby"), y de "El curioso caso de Benjamin Button" ("The Curious Case of Benjamin Button"), historia convertida en película, historia que alude a la circularidad del ciclo de la vida, a las similitudes entre el ser humano en su más tierna infancia y en su vejez más próxima al fin de su existencia, y recordé la escena en la que el ser que nació anciano, y que ha crecido "para atrás", vuelve a ser bebé: maravillosa sensación de epifanía.


  Sentí que mi hijo mayor había dejado de ser niño al pedirme ir a visitar a su abuelo, al ver a una anciana en una habitación sin puertas, con las cortinas corridas, sin velos, peleando por su vida, y no se desveló ante lo más humano de nuestra dignísima humanidad. Me sentí orgullosa de su madurez, de la naturalidad con la que tomó la lección de vida que aprendió al ver que su mamá ahora alimentaba a su abuelo también, y que su papá lo afeitaba como peina a su hermana menor en casa.
  Sentí que la vida es una gran maestra, la enfermedad, un camino de crecimiento, la familia, un entramado fabuloso de sostén y resignificación de la existencia.
  Ahora vamos por el alta. Hasta la próxima batalla. Ojalá no nos olvidemos de todo lo que hemos visto y aprendido desde el llano.

   A boca de jarro

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